La mirada de Proust al mirall (2021), óleo sobre papel (41 x 33 cm.) de Juan Antonio Mañas.
«… la palabra, semilla de Eros y Logos…».
[ .. ]
PROUST Y EL LIBRO QUE VENDRÁ
Hacia 1924, Valery Larbaud afirmaba en La Revue européenne y el Teatro del Vieux-Colombier: «Los tres escritores europeos más grandes de este siglo son Joyce, Proust y Ramón Gómez de la Serna».
Borges y Julio Cortazar también estimaban que Ramón era una de las fuentes bautismales de la literatura contemporánea, en lengua castellana, tras la gran revolución de los cisnes modernistas de Rubén Darío. El libro mundo (1911) exploraba el «yo» ¿subconsciente? ¿inconsciente? cuatro años antes que La metamorfosis kafkiana, diez años antes que Joyce escribiese el monólogo de Molly Bloom, trece años antes del primer Manifiesto surrealista de André Breton.
Un siglo más tarde, la sentencia sumarísima de Larbaud sorprende por su precisión visionaria, recordando tres de las numerosas vías roturadas por los grandes maestros de la novela europea del siglo XX, explorando todos, con distinta sensibilidad, el mismo proceso saturnal: la crisis y agonía del Verbo, las lenguas, las culturas, las literaturas y el arte de nuestra civilización… ante tales crisis, pertrechados con «las armas de la desesperación y la angustia» (Borges dixit), los creadores escriben numerosas profecías sobre el incierto destino de Europa
En ese marco, Marcel Proust ocupa un puesto quizá único.
Tras La metamorfosis (1915), las grandes novelas de Kafka, de El proceso (1925) a La muralla china (1944), construyen un gigantesco universo onírico sin salida conocida. El hombre kafkiano vive su interminable agonía en un laberíntico castillo que pudiera confundirse con la morada amenazada del hombre europeo.
Tras evocar la gloria, tentaciones, ocaso y decadencia de las grandes familias de una Europa difunta (Los Buddenbrook, 1901), Thomas Mann contempla la tentación del abismo de la civilización europea en La montaña mágica (1913 – 1924) y Doctor Faustus (1943 – 1947). A juicio de Mann, la Torre de Babel de las ideas, la tentadora seducción de músicas endemoniadas, herederas de Circe y las sirenas homéricas, podían socavar la matriz de la vieja civilización angustiada, dudando de su incierto futuro.
Ernst Jünger ilumina las grandes catástrofes iniciáticas de la Primera guerra mundial (1914 – 1919) en Tormentas de acero (1920). Sobre los acantilados de mármol (1939) recuerda las semillas carnívoras y cainitas, estrictamente alemanas, llamadas a precipitar la Segunda guerra mundial. Heliópolis (1949) reconstruye un mundo «utópico» (distópico), dominado por inquietantes fuerzas ciegas, quizá sometidas a la tiranía sonámbula de la Técnica, que él mismo había teorizado con su hermano Friedrich Georg.
El hombre sin atributos (1930 – 1933) de Robert Musil quizá sea una suerte de oración fúnebre a la memoria de los difuntos imperios danubianos, desmembrados y perdidos en la tierra baldía de la historia: ese hombre sin atributos es el hombre centroeuropeo, víctima de su sonambulismo ciego. Los sonámbulos (1931) es el título de la célebre trilogía de Hermann Broch, contando la misma historia. Desterrado en los EE. UU., Broch publicó La muerte de Virgilio (1945): rememorando la historia de la caída y el fin de Roma, a través de la agonía de Virgilio, el novelista habla de la agonía de la Europa de su tiempo. La conciencia de Zeno (1923) de Italo Svevo evoca la caída del Imperio austrohúngaro desde la óptica de una Italia en guerra contra la Viena imperial.
En la lejana Castalia de El juego de los abalorios (1931 – 1943), de Hermann Hesse, en el siglo XXV, el maestro y guía espiritual Joseph Valet trabaja en una síntesis de sabidurías orientales y occidentales que pudieran combatir el riesgo del fin de otras civilizaciones (la de Hesse, la nuestra) amenazadas por músicas demoníacas, semejantes a las encantadoras furias a las que tuvo que resistir Ulises para evitar su perdición fatal.
El Ulises (1922) de Joyce, por su parte, culmina con el legendario monólogo o soliloquio de Molly Bloom: setenta páginas, más de quince mil palabras, «divididas» en ocho interminables «párrafos», sin ninguna puntuación. La alfaguara seminal de la palabra fluye de manera torrencial arrasando todos los órdenes establecidos, abandonándose al «desorden» de una memoria que ha renunciado a construir nada para dejarse arrastrar por la fuerza ciega de pulsiones carnales y emocionales, de origen y fin desconocidos. A partir de esa técnica, Joyce escribió Finnegans Wake (1939), un libro tan hermético como «estéril»: puede tener tantas lecturas como lectores; pero su «sentido», de tenerlo, quizá escape a unos y otros, errantes en una Torre de Babel lingüística, que puede ser tan genial como incomprensible
El monólogo de Molly Bloom ha suscitado incontables lecturas y versiones teatrales, radiofónicas, audiovisuales. Al mismo tiempo, ese triunfo aparente de la apoteosis final del Ulises ha tenido pocos sucesores, entre los que pudiera destacar Samuel Beckett, cuya obra novelística se confunde, así mismo, con la «muerte» de la literatura. El relato, en su caso, es un monólogo sin principio ni fin de una mujer o un hombre, una voz sin rostro conocido, que repite su monótona agonía en un escenario vacío, contando algo parecido a la historia del idiota shakesperiano. El Almuerzo desnudo (1959) de William S. Burroughs acomete un proyecto semejante o paralelo al último Joyce, con unos frutos muy semejantes.
Cenando en su casa mexicana, Octavio Paz me confesó, hace años, que, en verdad, a su modo de ver, el Joyce más atractivo era el de Los muertos, el último relato de Dublineses (1914). Me atrevería a recordar que el Joyce del monólogo final del Ulises y Finnegans Wake «traiciona» al Ulises del Retrato del artista adolescente (1916). Joyce y el protagonista de ese relato, Stephen Dedalus, aspiran a conferir un sentido a las palabras de la tribu. Aspiración mesiánica «traicionada» a través del nihilismo retórico de un monólogo interior sin puntuaciones, errante en la oscuridad impenetrable de un alma atormentada, perdida en una oscuridad sin mañana. Joyce ha tenido una influencia considerable en la historia de la novela. Pero los grandes creadores posteriores tomaron muy otros rumbos.
André Malraux afirmaba en 1933 que Faulkner introduce la tragedia griega en la historia de la novela norteamericana. Faulkner escribió muchos monólogos interiores. Pero lo esencial, en su caso, es la matriz trágica que su obra instala en el corazón de la historia literaria de los EE. UU. Los personajes de las grandes novelas de Henry James, Los europeos (1878), Las bostonianas (1886), La princesa Casamassima (1886), son norteamericanos de la costa Este, cuyas referencias culturales son esencialmente europeas. Manhattan Transfer (1925), de John Dos Passos, es una epopeya lírica sobre la gran ciudad moderna, anunciando, a juicio de Sinclair Lewis, «una nueva escuela de escritura», que debería mostrar a los europeos «la América que descubrirán cuando visiten Manhattan», a juicio de Hemingway. Faulkner, por su parte, es el continuador genuino de Mark Twain. El viaje iniciático de Huckleberry Finn culmina con el descubrimiento de la tragedia fundacional de los héroes faulknerianos. Los monólogos de El ruido y la furia (1929) y otras grandes novelas de su autor están alejadísimos de Molly Bloom: son la voz de héroes y anti héroes que recuerdan las raíces trágicas y ensangrentadas de su identidad «nacional» o plurinacional, quizá, más bien. Los sucesivos monólogos de Las olas, de Virgina Woolf, también están muy alejados del Ulises: se inscriben en una historia íntima y colectiva, cuya construcción es una parábola catedralicia.
En el caso de Vladimir Nabokov, muchos de sus «juegos» verbales pueden venir de Joyce y de Andrei Biely, el autor de Petesburgo (1913), el novelista ruso más importante de su tiempo, a juicio del autor de Lolita (1955) y Ada o el ardor (1969). Sin embargo, Habla, memoria
(1951) confirma definitivamente la importancia esencial del legado proustiano en la obra Nabokov. Joyce quizá descubrió nuevos territorios por explorar. Pero la Recherche proustiana (1913 – 1927) comienza a percibirse como una de las matrices de la novela y las literaturas que vendrán.
En lengua francesa, la gran literatura del siglo XX oscila entre la summa proustiana y los dos monumentos escritos por Louis-Ferdinand Céline, Viaje al final de la noche (1932) y Muerte a crédito (1936), fúnebres profecías sobre el destino de Europa. Céline llega a pensar que el incendio de la parisina catedral de Notre Dame anunciará el fin fáustico de la vieja Europa. Nosotros conocimos ese incendio, accidental, la tarde / noche del 15 y el 16 de abril del 2019. Un año más tarde se había propagado por todo el planeta la pandemia atroz del Covid-19. En sus novelas posteriores a Muerte a crédito, Céline también se abandona al nihilismo retórico de atormentados monólogos sin puntuación, cabalgando entre exclamaciones alucinadas hacia una noche oscura, sin estrellas ni mañana.
En los antípodas del nihilismo retórico del Joyce del final del Ulises y de Finnegans Wake, en los antípodas del nihilismo retórico de Céline y muchos de sus contemporáneos, la frase proustiana, la frase de la Recherche, rotura y construye una arquitectura espiritual.
Cómo Sherezade, el narrador de la Recherche salva y gana su vida contando cuentos, fábulas y leyendas nocturnas, hilando el tejido áureo cuya trama refuta el tiempo saturnal de la historia y permite crear la matriz de una realidad nueva.
El uso donde se teje el paño inmortal de tan finísimos hilos trabaja insomne con las cosas muertas del pasado, las cosas por venir fraguadas por nuestra ilusión, y las cosas bien inmediatas de nuestra dolorida incertidumbre. Trabados tales materiales con los flecos del sudario de una vida sin sentido, antes de llegar a descubrirse la arquitectura espiritual que confiere una razón de ser definitiva a nuestra historia personal, errante en la noche oscura de la marcha general de la historia; todavía insepulta nuestra atormentada existencia en la tumba de las naderías abandonadas, como conchas vacías, en las desérticas playas donde agonizamos con dolor, perdidos entre los restos de incontables naufragios. Esa trama de cosas materiales e inmateriales compone el paño con el que se visten nuestras vidas. Esa materia propia de nuestros sueños y tribulaciones nos permite reconocer los elementos de una arquitectura espiritual por construir a través de las palabras, ayudándonos a imaginar y concebir un mundo nuevo, otros mundos por venir y construir, tocados con las gracias del amor, la pasión amorosa, Eros y Logos.
En Las mil y una noches, esos materiales de trabajo tienen muy diversa procedencia (persa, árabe, etcétera). Y no siempre se articulan con el mismo fin: las fábulas del libro, en definitiva, tienen muy distintos orígenes y nos sugieren alegorías de muy distinta naturaleza. Sherezade, por su parte, tiene muchos rostros, sin ser la narradora única.
En la Recherche, por el contrario, toda la materia esencial de la misma y única fábula es presentada en las primeras páginas del primer capítulo del primer libro de la summa proustiana, Du côté de chez Swann. Por el camino de Swann. Longtemps, je me suis couché de bonne heure. Mucho tiempo he estado acostándome temprano. Y el autor único del libro, forzosamente inconcluso, busca en sus entrañas y su memoria -los territorios carnales y espirituales donde se cruzan todas las cosas materiales e inmateriales que componen la vida de un hombre- las semillas, argamasa y materiales de acarreo con los que construirá un monumento verbal muy semejante a una catedral. Esa construcción fabulosa será, al mismo tiempo, una morada íntima -la arquitectura espiritual que le permite reconocerse y dar un sentido a su vida- y una casa compartida con otros hombres -la arquitectura espiritual que confiere un sentido a la tragedia ciega de la historia-, con quienes comparte los misterios de la palabra, el pan y el vino, los frutos gloriosos de Eros y Logos, justamente.
Como el niño de todos los cuentos de hadas, a quien la madre / hilandera dirige las palabras primordiales, “érase una vez…”, el narrador de la Recherche también tarda en dormirse, cuando llega a conseguirlo, antes de llegar a confundir el sueño y la vigilia, la realidad histórica, material e inmaterial -una iglesia, un cuarteto musical, la rivalidad entre François I y Carlos V-, con la realidad más íntima, carnal y espiritual, de un hombre perseguido por sus pesadillas y las furias de la historia.
En el relato proustiano, las primeras palabras, «bésame», «embrasse-moi une fois encore», «bésame de nuevo», se confunden con la ilusión y los más íntimos anhelos. A lo largo de toda una vida, esa relación entre el deseo y las palabras («la realidad y el deseo» dice Luis Cernuda) sufre incontables metamorfosis, sin que se altere nunca su íntima relación seminal; de ahí que, finalmente, siendo el beso y el abrazo de amor una de sus matrices, la Recherche también puede leerse como un tratado amoroso que narra, a su manera, la historia de los orígenes y el descarrío mortal de las nociones de amor que contribuyeron a fundar nuestra civilización.
Las fuentes más antiguas de las distintas nociones del amor trabadas a lo largo de la Recherche quizá sean de origen arábigo andaluz, mozárabe: la primera y esencial es evocada, en escorzo, a través del tema clásico de las aves pareadas (“les oiseaux accouplés”), una parábola sobre la muerte, resurrección y epifanía del amor. En la Recherche, los protagonistas de la historia de amor más importante del libro, la del narrador y Albertine, quedan unidos más allá de la muerte (tema central en la Égloga III de Garcilaso) a través de esa metáfora de las aves pareadas, que Proust descubrió en los tejidos de Fortuny, cuya fuente directa es el gran arte andaluz y mozárabe de los siglos IX al XIII.
A través de su legendaria colección de tejidos, Fortuny retomó e hizo suyo un tema que Manuel Gómez Moreno había estudiado en su ensayo sobre las iglesias y el arte español de los siglos IX al XI, insistiendo con precisión en la importancia del tema de las aves pareadas en los capiteles de las columnas de algunas iglesias asturianas y leonesas del siglo XII. Tema de origen muy anterior en la geografía de al-Ándalus, tierra de tránsito entre el oriente persa y árabe y el occidente cristiano, cuyo amor cortés también estuvo precedido e influenciado, en cierta medida, por las nociones del amor fraguadas en el crisol de la lírica amorosa arábigo andaluza, que comienza con las jarchas y culmina con la síntesis conceptual del primero de los grandes tratados amorosos de nuestra civilización, El collar de la paloma (siglo XI), muy anterior a la Comedia dantesca (siglo XIV).
Los primeros anhelos del niño de la Recherche, esperando un nuevo beso nocturno; el descubrimiento de Gilberte en los Campos Elíseos; las tribulaciones de Swann persiguiendo a Odette, una mujer que no es de su condición; las pasiones sadomasoquistas de Charlus; el tormento y la agonía del narrador ante las intermitencias del corazón de Albertine y el suyo, entre otras historias de amor y pasiones amorosas, de muy distinta naturaleza, componen un viaje del infierno de la soledad al paraíso de la revelación del arte, una epopeya alegórica, como es definida tradicionalmente la Comedia dantesca.
En el caso de Dante, es Virgilio quién guía los pasos del viajero a través de los caminos del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, donde se consuma la celebración definitiva del amor, que une todas las cosas materiales e inmateriales, terrenales y celestes. El narrador de la Recherche está solo en su angustiada búsqueda. Su aprendizaje, sus descubrimientos y liberación / revelación final, en la legendaria Matinée chez la Princesse de Guermantes, son una aventura solitaria: la aventura de la construcción del libro, la aventura del aprendizaje sin fin de la construcción de la frase proustiana
Cuando su obra culmina, al fin, iluminando los más remotos senderos perdidos en la bóveda sin estrellas del tiempo pasado -al fin recuperado, a través de la palabra, iluminando la oscuridad impenetrable del ayer con las piedras preciosas que jalonan el camino recorrido, dándole un sentido-, el narrador descubre que aquella agonía infantil que lo atormentaba, esperando el beso amado de la madre, era una primera forma de morir, en vida, como una flor, una planta o un árbol que mueren sin recibir el agua que les da la vida.
A lo largo de su existencia, el narrador descubrirá una y otra vez esa misma sensación de vacío que anticipa la muerte en vida de los seres privados de amor, como las plantas y los seres vivos privados de agua. Hasta que, al fin, el polvo áureo de los muertos le recuerda que las cenizas del amor tienen sentido. “Serán ceniza”, dice de sus restos mortales el Quevedo de Amor constante, más allá de la muerte, “más tendrán sentido”. “Polvo serán, más polvo enamorado”.
El amor es un fuego y un manantial. Una llama que alumbra nuestras vidas. Y un venero que nos siembra con sus jugos y semillas. En la zarza ardiendo del lecho amoroso, los amantes ofician la celebración del amor. En la soledad de una noche oscura, Sherezade y el narrador de la Recherche se salvan y nos salvan contando historias, hilando un tejido inmaterial que construye la arquitectura espiritual donde moran los vivos y los muertos, dando cobijo y sentido al esprit, el espíritu, el alma de lo que fuimos, somos y seremos, polvo iluminado por la llama de un fuego que perdura después de la muerte, a través de la palabra, semilla de Eros y Logos. Publicado en Quimera, nº. 460. Abril 2022.
Creo haber sido el primero si no el único en leer la Recherche como un Tratado de amor:
Proust y el amor… Aves enlazadas en la catedral del tiempo.
Proust y el amor… Don Juan, seducido por una furcia, en el Faubourg-Saint-Honoré.
José says
Nuestras construcciones arquitectónicas de nuestros últimos cien años literarias han intentado como siempre entender su epoca.Las pirámides la Gran muralla las primeras ciudades después las grandes obras literarias que han alimentado nuestro neocortex para acabar durante estos últimos años con los mismos materiales destruir Nietzsche a su manera lo visualizo sin creer en Dios tampoco se cree en la sintaxis ni en la gramática ni en la ortografía todo vuelve al origen. Cuando no había dioses y solo elementos naturales se fue creando un mundo ordenado donde poder vivir lo mejor posible y apareció un lenguaje que fue ampliándose creando mundos de todo tipo hasta que cambiamos y empezó el trabajo de destruirlos. El final era llegar a ver las arenas del desierto la vegetación de la selva las aguas de los ríos y mares la nieve de la cima de las montañas la naturaleza en movimiento. La literatura vanguardista ha conseguido cerrar el ciclo . Acabar con toda la producción anterior acabar en un mundo que no la necesita. El mundo ingenieril actual de estos últimos años se basa en una literatura que intenta describir el fin de este mundo con unos materiales que han dejado de ser útiles. Cuando a Carlos V le dijeron que la Mezquita de Córdoba la habían convertido en una Iglesia. Contestó algo que era único en Europa lo habéis convertido en una iglesia más. Occidente ha arrasado y continúa la diversidad literaria y no solo de todos lados para al final arrasar su propio legado. Es el fuego de Norte Dame.
PS. Tu artículo de Quimera me ha recordado muchos de mis mejores momentos pasados con estos amigos desconocidos que me contaban cosas que habían vivido o soñado. Malos tiempos cuando la vida y el sueño se desprecian con una tecnología que invade y destruye para llegar a un punto en el que todo esté arrasado.
Uno de los mejores artículos leídos últimamente de literatura actual. Enhorabuena.
JP Quiñonero says
Gracias, José, graciassssssssss …
El tema proustiano lo tengo muy trabajado.
En este caso, el texto será uno de los últimos capítulos de un libro por terminar …
Graciassss
Q.-
Antonio Rubio Plo says
Una historia de la literatura del siglo xx, o de su primera mitad, en miniatura. Magnífico y sugerente. Aguardo con interés ese libro sobre Proust en el que hablarás de muchas cosas, de las catedrales y del cine. No sé si Proust frecuentaba las salas de cine, pero su obra tiene mucho de cinematográfico. Bueno, tú sabes más que yo de estas cosas. Enhorabuena y un abrazo.
JP Quiñonero says
Antonio,
Se agradece, mucho.
…
Bueno… es / será un libro a caballo entre las memorias, la crónica diplomática, la crónica cultural, con mucha crónica sobre el puesto de España en Europa, y el puesto de Europa en el mundo… incluso con capítulos de pura crítica literaria …
… al final, cuatro capítulos, tres de crítica literaria, un Céline y dos Proust: este es el primero …
Me queda un año más o menos de escritura, quizá un poco menos. Veremos.
“Retrato del artista en el destierro 2”.
¡Es la primera vez que hablo de esta historia..!
Q.-
Fina says
Josep,
Siempre estaré en deuda contigo por haberme conducido a este INFIERNO.
Contigo aprendí a valorar lo que no tiene precio: La vida, la naturaleza en movimiento, los pensamientos, los sueños…
Bona nit!!!
Ricardo Lanza says
Y ahí estoy yo, fascinado ante el despliegue de los nombres y los hechos de los grandes de las letras, Proust que me llega de repente y se me adhiere, hago del cuadro que presentas ensoñación perecedera, la deseo eviterna, veo en los rostros, en los vasos y los platos, las ventanas, las estatuas, las luces que emblanquecen todo tono, lo que la vida quiere que detengas: sea el placer nuestro alimento, hágase en los sentidos su sentido, admiremos a Proust en su final: lucha contra la muerte por concluir la OBRA que nos deja; casi se nos escapa; tienen los cuatro grandes de las letras del pasado siglo un destino común, a punto nos quedamos sin leerles. Me detengo a pensar lo que sintieron. Quiero que el duermevela de esta noche me lo traiga. Gracias por lo que aportas, estimado; gracias por despertarme ahora.
JP Quiñonero says
Ricardo,
Ayayay … Proust creía en la victoria de la palabra, el Verbo, contra la historia … creo que tú y yo pertenecemos a esa cofradía de creyentes, sí.
Amén,
Q.-
Ricardo Lanza says
En ese credo estamos, y andamos con ellos, tenemos la esperanza en lo que -ya para nosotros- rebasa ese concepto de fe como creencia en lo que aún no vemos; no nos importa, estimado: ¡lo leemos!, ¡lo ensoñamos! Y es el ensueño una de las bases más estables de la felicidad, se impone incluso al tiempo, lo enseñamos a transcurrir a nuestro antojo, no queda el ars moriendi como única andadura.
JP Quiñonero says
Ricardo,
Si quieres, es una cuestión de fe: se tiene o no se tiene … a título personal, la tengo como una suerte de alegría íntima…
Q.-
Fina says
Ohhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh, Quiño!!!!!!!!!!!!!!!
Qué maravilla de artículo!!! Te has lucido. Felicitaciones!!!!!!
¡Ay, Quiño! Sólo por los dos capítulos de Proust, sabré esperar el tiempo que haga falta…no podré morir antes.
No os podéis imaginar la dicha y el privilegio que es para mí el estar acompañada de cófrades como vosotros… Ni en el mejor de mis sueños podía esperar algo parecido.
Gracias de corazón por darme cobijo en este INFIERNO.
JP Quiñonero says
Fina,
Ayayayay … a ver, paso a paso, a ver si termino antes…
Graciasssssssss
Q.-
Fina says
Don Ricardo Lanza…
Es Ud. siempre tan exquisito…
Ensueño seguir leyendo sus palabras y escuchar su melodiosa, sabia y serena voz…