Louis Destouches, Louis-Ferdinand Céline, con sus condecoraciones militares (1915), héroe condecorado con los máximos honores nacionales en 1915. Colección François Gibaut.
«Guerra» es el eslabón perdido que permite comprender, con precisión clínica, la matriz trágica de la obra colosal de Louis-Ferdinand Destouches, conocido literariamente como Louis-Ferdinand Céline (París, 1894 – Meudon, 1961), uno de los grandes renovadores de la novela occidental durante el siglo XX, con Proust, Joyce, Faulkner, Musil, Kafka.
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«Voyage au bout de la nuit» (1932) y «Mort à crédit» (1936) son los dos grandes monumentos que instalaron a Céline en en Panteón de la literatura universal. Esas dos novelas son, con la «Recherche» (1919 – 1927) proustiana, las obras más importantes escritas en francés durante el siglo XX.
Las ocho novelas publicadas por Céline, después de la 2a Guerra Mundial, «Guignol’s Band» (1944), «Casse-pipe» (1949), «Féerie pour une autre fois» (1952), «Normance : Féerie pour une autre fois II» (1954), «D’un château l’autre» (1957), «Nord» (1960), «Le Pont de Londres / Guignol’s Band II» (1964), «Rigodon» (1969), son prolongaciones irregulares y apocalípticas del campo de ruinas descrito en el «Voyage..».
Entre ambas etapas, Céline publicó cuatro atroces panfletos racistas, profundamente antisemitas: «Mea Culpa» (1936), «Bagatelles pour un massacre» (1937), «L’École des cadavres» (1938), «Les Beaux Draps» (1941). Literatura apocalíptica de la peor y más inquietante especie.
El joven Destouches se comportó en la 1ª Guerra Mundial como un héroe. Suboficial, fue condecorado con los máximos honores militares. Son muy numerosos los testimonios de su gallardía, heroísmo, generosidad, presto a morir, en el frente, para socorrer a otros soldados.
De aquella experiencia nacieron el «Voyage..» y «Mort à crédit». Céline teme el hundimiento fáustico de Europa, evocado a través de profecías apocalípticas, como el incendio de la catedral de Notre-Dame-de-Paris y la propagación de la guerra en el corazón de nuestro continente. En esas estamos.
Tras la entrada triunfal de la Wehrmacht en París, en 1940, Ernst Jünger documentó el comportamiento innoble de Céline. Cuando comenzó a ser evidente que los aliados trasatlánticos ganarían la guerra, Céline huyó de Francia, acompañado de su esposa, Lucette Almanzor, y de su gato, el legendario Bebert, para buscar refugio en Sigmaringen (Alemania, entre 1944 y 1945) y Korsør (Dinamarca, entre 1945 y 1951). Céline se vio forzado a abandonar precipitadamente su piso de alquiler, en Montmarte, donde se quedaron y desaparecieron varias novelas inéditas, en curso de redacción, entre varios millares de páginas manuscritas.
Ese legado literario, proscrito, desconocido, estuvo perdido durante muchas décadas, hasta su descubrimiento y el inicio de su progresiva publicación, a partir del verano del 2021. Gallimard publicó el año pasado dos de las novelas inéditas, «Guerra» y «Londres». Once meses más tarde, la primera traducción española coincide con los primeros estudios que han comenzado a revisar el conjunto del corpus celiniano, a la luz de las revelaciones de esos dos libros.
«Guerra» quizá sea el más importante. En su día, comentando el «Voyage…», Paul Valéry dijo que Céline es «un Rabelais que hubiese leído a Zola». Dicho de otro modo: una prosa donde se confunden el argot, la jerga, la lengua popular más viva, cruda, expresiva, al servicio de la descripción del «vientre» de nuestras naciones. Con un matriz trágico: esa lengua que llegó a enriquecerse con la experiencia fúnebre de las guerras más cruentas de la historia de Europa, pasó a convertirse en la lengua de un hombre herido en sus entrañas, su columna cerebral, su cerebro, su conciencia.
Céline cuenta ese proceso en la primera página de «Guerra», con una frase que Emili Manzano traduce así: «Atrapé la guerra en la cabeza. La tengo encerrada en la cabeza». Herido con bala, maltrecho con varios accidentes, el jovencísimo héroe encuentra refugio en una ciudad del Norte francés, en un hospital de provincias, asistiendo, cada día, al espectáculo sombrío de una retaguardia donde la vida, la muerte, el sexo, componen una escena alegórica que pudieron pintar Brueghel o El Bosco.
El personaje central de «Quanta, quanta guerra…» (1980), la novela de Mercè Rodoreda, otro vagabundo caminando por los campos de ruinas de otra guerra civil, la nuestra, se pregunta: «S’esborraria el record del mal o el duria sempre amb mi com una malaltia de l’ànima?». Céline responde afirmativamente a esa pregunta: la guerra lo perseguiría siempre. Ante la misma «enfermedad del alma», que teme y también ha sufrido, en su carne, en su cerebro, el autor de «Guerra» resiste y lucha, continúa creando, dejando que su palabra, su verbo, su prosa, se enriquezcan, sin duda, con esa fuerza endemoniada que él transforma en espada flamígera con la que se enfrenta, solo, a la crisis agonal de Europa.
Ante la misma crisis, Joyce culmina su obra con un monólogo carnal razonablemente crudo, preludio de una obra sin puntos, ni comas, principio ni fin, «Finnegans Wake» (1939). Faulkner instala la tragedia griega (Malraux dixit) en el Sur norteamericano. Kafka ilumina un universo concentracionario. Musil cuenta la caída del Imperio Austrohúngaro, del que formó parte la actual Ucrania. Proust escribe un tratado de amor, donde dialogan Eros y Logos, aspirando a revocar la vacío saturnal de la historia, el misterio más alto del gran arte, no solo literario.
Céline comenzó contando la crónica de una civilización en cuarentena. «Guerra» reconstruye la matriz donde el héroe olímpico de la I Guerra Mundial se transforma en un ángel caído, ángel de la muerte, contándonos la historia de su agonía, resistiéndose a morir. «Guerra» nos permite descubrir cómo una herida o tragedia íntima siembran el Logos, la palabra escrita y hablada, cantada, invitándonos a entonar un canto fúnebre por el alma de todas las víctimas. En este caso, la tragedia íntima del soldado Louis Ferdinand Destouches es la alfaguara negra donde el escritor Louis-Ferdinand Céline bebe el cáliz del vía crucis de todos nosotros, individuos y pueblos europeos.
Otros grandes y muy grandes del siglo XX también abordaron esa encrucijada histórica de nuestras culturas. Hermann Broch se sirvió del personaje de Virgilio para contar el destierro del hombre europeo en su propia patria. Thomas Mann instaló a sus personajes en una «montaña mágica», para contar el espectáculo inquietante de los hombres poseídos por músicas endemoniadas, inspirándose en los orígenes de la dodecafonía, en la Viena de Wittgenstein. Mercè Rodoreda dejó deambular a uno de sus grandes personajes por la tierra baldía del campo de batalla de una guerra civil. Céline instala a su héroe en un hospital de guerra, por donde deambulan enfermeras lúbricas, hileras de cadáveres y lisiados, heridos que se resisten a morir, fascinados por el atroz espectáculo de una civilización amenazada. Eros y Logos se confunden en ese lecho mortuorio, donde la palabra, el Verbo, escribe un gigantesco réquiem por todos nosotros, ciudadanos de la misma Europa. ABC, CÉLINE, EL ÁNGEL DE LA HISTORIA CUENTA SU CAÍDA EN EL INFIERNO + PDF.
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«Guerra», Louis-Ferdinand Céline. Edición de Pascal Fouché. Prólogo de François Gibault. Traducción de Emilio Manzano. Editorial Anagrama. 160 páginas.
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Ricardo Lanza says
Celine casi se nos escapa, se nos van sus grandezas y miserias; gracias a que su genio de las letras le ha salvado que, si no… queda en el purgatorio literario. ¿Se habrán olvidado uno de esos talentos, unos cuantos, quizás, elevado plural si adunamos todos ellos? Celine me recuerda en su tragedia personal a los que son y no estuvieron. Ha de subir hasta las nubes de las artes, ya están en ello quienes saben. Agradezco que le recuerdes, estimado, que incidas en su capacidad y en su talante.
Hablando del castellano, del catalán y del gallego, del vasco… me sigue gustando más Platero y yo; la pongo la primera del «ranking» de novelas personal de Iberia Nostra referida al siglo veinte; me refiero a mi gusto, a lo que más me entona y me emociona, a lo que me devuelve -cuando leo a Juan Ramón en esa prosa- a un entrañable niño anciano que cabalga el burrillo y no se muere, va de un lado a otro; tampoco envejece, es él, su mismo pasado y su presente, el eterno retorno que le anima… ¡y desconoce a Nietzsche!, ¡y no escucha a los credos ni cree en los milagros!, pero lleva en la albarda una rama de olivo y una estampa.
JP Quiñonero says
Ricardo,
Llevas razón, Juan Ramón es muy grande. Paz decía que Espacio es el poema más importante escrito en español, en el siglo XX.
Hablando de poetas sería imprescindible recordar a Borges, Machado, Eliot, Rilke…
Céline tiene algo de monstruoso, casi único entre los novelistas.
Palanteeeee…
Q.-
Mercè Ibarz says
Rodoreda es nuestro Céline con respecto a la guerra, sí. Muy buena lectura, Q, aguda, que traza paralelismos necesarios para comprender el alcance visionario o simplemente humano, de la literatura. Rodoreda publicó ‘Quanta, quanta guerra…’, su ultima novela, en 1980, como resumen de su experiencia vital marcada por la guerra, años después, por lo que sabemos ahora, de esta ‘Guerra’ de Céline, al quien había leído. No es menor el sentido que las dos novelas estén unidas ya en el mismo título. Guerra, guerra, guerra
JP Quiñonero says
Mercè,
Encantado con tu visita.
Sí … Céline y Rodoreda llevan la guerra muy dentro: ambos lo confiesan con palabras muy similares… detalle que recuerda la universalidad de ambos, claro.
Q.-
Fina says
Quiño,
Qué honor contar con visitantes tan ilustres como Mercè Ibarz y Don Ricardo Lanza…
Siempre aprendiendo de tus artículos y de vuestros comentarios en este INFIERNO.
Gracias!!!!!!!!!!!!!!!!!!
JP Quiñonero says
Fina,
Anda, anda …
Lo importante quizá sea, siempre, la limpieza de miras y la generosidad … y tu eres una gran señora en esos terrenos…
Q.-