Tratándose de Kepa Aulestia, su denuncia de la “altanería etarra”, considerándose la banda terrorista “absuelta del juicio histórico”, quizá tenga en su análisis de La Vanguardia una dimensión clínica que me parece esencial: ya que describe con precisión quirúrgica los mecanismos del Terror, intentando sembrar en las conciencias el veneno de la podredumbre criminal de Los Endemoniados.
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● Dostoievski en Madrid, Euskadi y Bagdad, hoy.
● Madrid / Euskadi: Akelarre (s), gastronomía y terror.
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Európolis. FT y WSJ: nuevas_advertencias inflacción española.
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Este es artículo de Kepa Aulestia, “Consumo interno”, en La Vanguardia, 30 mayo 06:
Los mensajes que tanto ETA como la izquierda abertzale vienen haciendo públicos desde que la primera anunció «un alto el fuego permanente» han sido recibidos con inquietud. Su contenido ha servido para ampliar las imputaciones que pesan sobre los dirigentes de Batasuna. El Partido Popular ha encontrado la razón definitiva para reprochar al presidente Rodríguez Zapatero su precipitación.
Los socialistas desean que las advertencias radicales y las condiciones que van desgranando para la irreversibilidad del alto el fuego sean para consumo de sus bases.
Los entusiastas del proceso explican que este tipo de situaciones suelen darse en casos similares. No está del todo claro qué necesita creerse la izquierda abertzale, qué necesitan creerse los activistas de ETA, para renunciar definitivamente al uso de la violencia. Pero está aún menos claro hasta qué punto eso que la izquierda abertzale necesita creerse puede acabar posponiendo la desaparición del terrorismo o enrareciendo el clima político en Euskadi y en el conjunto de España.
Los dirigentes de la izquierda abertzale no quieren presentar el cese de la actividad terrorista como consecuencia del agotamiento de sus propias fuerzas. Todo lo contrario, su explicación del alto el fuego se basa en el fracaso del sistema constitucional y autonómico elaborado en la transición. Echan mano de un lenguaje de manual para referirse a los ciclos cubiertos hasta ahora, para acabar concluyendo que hoy están más cerca de sus objetivos que durante las conversaciones de Argel o durante la tregua de Lizarra. Lógicamente, no se detienen a explicar el porqué de sus afirmaciones o en qué medida ha podido contribuir el terrorismo de ETA a tan optimista lectura. Pero parecen confiados en que la sociedad acabará aceptando su generosa disposición a deponer las armas como gesto que deberá ser correspondido con un esfuerzo análogo por parte de los demás.
La fábula forma parte de la dialéctica en la que la izquierda abertzale se ha sentido cómodamente encerrada durante décadas. De ese más difícil todavía con el que ha tratado siempre de convertir cada derrota en victoria. Pero probablemente su consumo no obedece a una necesidad perentoria de las bases. Resulta absurdo pensar que si los generales no hubiesen justificado el alto el fuego como efecto de una ficticia victoria, la soldadesca se hubiera negado a silenciar las armas. Lo más inquietante de los últimos mensajes de ETA y de Batasuna es que la oferta puede suscitar mayor demanda de la que en principio existía en su interior.
El argumento común de esos mensajes es que el vigente sistema político impide la expresión de la verdadera voluntad del pueblo vasco. Su intención última es otra: es la de convencer a la ciudadanía de que no le cuesta nada cambiar su forma de pensar, asumir como propias otras ideas, si a cambio se alcanza la paz. Después de décadas de dramatizar el conflicto mediante atentados sangrientos que perseguían dramatizar también la solución, probablemente los dirigentes de la izquierda abertzale querrían acompañar el alto el fuego con un discurso más distendido, más adecuado para el enredo general. Pero, aunque sea de forma imperceptible, están consiguiendo efectos de consumo interno que llevan años persiguiendo por instinto.
Otegi ha declarado, refiriéndose al papel de las víctimas en el proceso de paz, que la muerte de un familiar reduce la capacidad de raciocinio. El portavoz de la visceralidad trata así de dar lecciones de posibilismo en un alarde de crueldad que denota hasta qué punto la izquierda abertzale siente haberse zafado, gracias al alto el fuego, de aquello que más temía: que el resto de la sociedad le exigiera cuentas por el mal causado. Es posible que no sea sólo una percepción, fruto de la propia necesidad en que se encuentra la izquierda abertzale. Puede que esté calando como consecuencia real del cese de la violencia, en tanto que responda también a la necesidad de una sociedad más espectadora que víctima del terror. Es posible que el olvido ya esté causando efecto entre los vascos. Un olvido quizá creciente, inducido por la ausencia de violencia. Un clima propicio para que ETA o la izquierda abertzale se empecinen públicamente en sus condiciones, reprochen a los demás el enfriamiento del proceso, adviertan sobre las consecuencias que pudieran acarrear algunas actuaciones judiciales y traten de erigirse en pieza determinante del eventual diálogo político en Euskadi. Lo inquietante de la altanería etarra es que la banda terrorista puede sentirse débil, pero se considera poco menos que absuelta del juicio histórico cuyo peso sentía hasta el alto el fuego.
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