Condenado laboralmente a seguir la pesadilla kafkiana de los negocios franco / europeos, no consigo que dosis crecientes de aspirina y zumo de naranja natural me salven de recurrentes pesadillas y dolores de cabeza.
Así las cosas, un mensajero llama a mi puerta y me abruma con un paquete de libros, con los que Carlos Rodríguez Braun cree que podrá redimir mi profunda ignorancia en materia económica. Busco en su Diccionario políticamente incorrecto (Lid Editorial) la palabra euro, con el interesado deseo de encontrar una luz auxiliadora. No la encuentro. Pero la entrada Unión Europea me parece de una actualidad muy pedagógica y una claridad meridiana:
Proyecto burocrático que pretende rescatar el intervensionismo trasladándolo a escala internacional, pero repitiendo e incluso empeorando allí los viejos vicios del Estado nacional: controles, ineficacia, corrupción, ocultación, etc. Es considerado el paradigma del progreso y el sinónimo de la democracia por el amplio consenso socialista-democristiano-conservador que convirtió a Europa en el continente de los impuestos y el paro. Las reticencias de los políticos y los ciudadanos de varios países europeos ante los planes de la UE, singularmente los británicos, han permitido disfrutar del divertido espectáculo de representantes e intelectuales de países europeos sin credenciales de respeto a las libertades y los derechos humanos que imparten presuntuosas lecciones sobre democracia a la democracia parlamentaria más antigua del mundo.