Carles Fontserè cuenta en Un exiliado de tercera. En París durante la Segunda Guerra Mundial (Ed. El Acantilado) la historia jamás relatada en detalle de los campos de concentración franceses, en Saint-Ciprien, Argelés, Barcarès, etc., donde decenas de miles de refugiados españoles fueron tratados como carne de cañón en unas condiciones todavía mal exploradas para la memoria histórica:
-Denunciados por el Estado francés como canalla de la peor especie moral.
-Abandonados por sus dirigentes políticos, que, en algunos casos, los invitaron a volver a la España de Franco, donde muchos de ellos sufrieron la represión más feroz.
-Utilizados como mano de obra brutalizada a punta de fusil con la bayoneta calada.
-Condenados a unos trabajos forzados que las organizaciones judías internacionales compararon con los de algunos campos nazis, como el de Dachau.
-Desposeídos de todo derecho civil, perseguidos como delincuentes.
-Considerados como indeseables por el gobierno del Frente Popular y perseguidos como alimañas por la Milicia colaboradora con el invasor nazi.
-Mártires, en millares de casos, caídos durante la Liberación de una Francia que los había proscrito y nunca reconoció el crimen de Estado de sus campos de concentración construidos para encerrar a quienes darían su vida sin cruz ni tumba que los recuerde, todavía, en muchos casos.
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Es de justicia recordar a los franceses de muy diversa condición que rindieron homenaje muy temprano a aquellos desterrados sin patria. Muchos españoles siguen ignorando esa página trágica de las relaciones entre España y Francia.
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El ex ministro de cultura y literato ilustre sigue sin contar cual era su verdadero trabajo en el servicio de Arbeitstatistik de Buchenwald. Y sigue hablando de moral e historia, silenciando la memoria de quienes fueron conducidos al sacrificio con el cínico fin egoísta de salvar la vida de la “vanguardia” que decía preparar un “mundo nuevo”, enviando al matadero a quienes, de preferencia, no pertenecían a su selecta clientela política.