Faro San Sebastián, Palafrugell.
“Homme libre, toujours tu chériras la mer..!”
Els fars de Catalunya. Un viatge sentimental per la costa (La Magrana), de Marc Soler, es la invitación a un viaje hasta los confines de un mundo no sé si para siempre perdido: la historia y el fin de los faros catalanes, entre el Puerto de la Selva y San Carlos de la Rápita, entre 1847 y 1992.
¿Hay trabajo más heroico que el rescate de unas vidas anónimas, una topografía destruida por la historia, unos edificios abandonados, mudos testigos de una extinta forma de vida, una relación antigua entre los hombres de la costa y el mar..?
Marc Soler ha vuelto a las rutas ya transitadas por Josep Pla y Carles Barral (el Barral marinero catalán, autor de un libro sobre la suburbanización de las costas mediterráneas, elegía de una Cataluña difunta). Pero el suyo es otro viaje, con el mismo aliento elegíaco. Pla evocaba la fisonomía de la bahía de Cadaqués en el confín de los tiempos y la memoria. Marc reconstruye la historia del faro y el cabo de Creus, que fue conocido, desde antiguo, como Cap de Diables, debido a muchos “fracasos y pérdidas de navíos y otras embarcaciones que enfrente de dichas peñas han sucedido y suceden cada día”. Siempre volvemos a Ulises y sus tribulaciones, combatiendo con sus manos desnudas las amenazas de sirenas, demonios y otros encantamientos bien materiales.
A través de los faros, la costa catalana, y el mar, Marc recala siempre en lugares emblemáticos, con frecuencia amenazados, como el cementerio de Sinera: “El cementeri s’ha convertit en un element gairebé invisible. Els morts que hi reposen enterrarts, els de debò i els simbòlics, ho són per partida doble. Sigui per acció de l’urbanisme desenfrenat i irrespectuós o bé per la grolleria d’una gran “M” i la ignorancia dels qui han permès que s’ensenyoregi de la perspectiva”. Esa relación entre los vivos, los muertos, la tierra y el mar, también es indisociable del banquete platónico: sentarse a la mesa, para compartir el pan y el vino con otros hombres. Marc nos revela parte su propia geografía íntima, evocando memorables comidas en recónditos parajes, en una calle perdida, en Argentona.
La historia concluye en el Ebro, cuando una mujer evoca los muertos que bajaban por el río, tras la épica batalla. Las luces que iluminaban a los navegantes y los caminos de la costa se confunden con las luces de la memoria recordando los jalones de nuestra vida y la historia: y las palabras son las diamantinas piedras preciosas que iluminan la negra oscuridad impenetrable de la bóveda arquitectónica del tiempo, creando constelaciones de signos, ofreciéndonos la ilusión de una geometría celeste, inmortal.
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