Abro, cansado, muy cansado, los periódicos de Caína, aventando infinitas razones para odiar al vecino. Y me asalta una frase de Jean Améry (Hans Mayer): Quién ha sufrido la tortura, ya no puede sentir el mundo como su hogar.
Imre Kertész dice que Améry – Mayer sigue siendo el más grande entre los escritores que trataron el “tema” de Auschwitz.
La tortura, el secuestro, el Holocausto (sacrílego) fueron / son experiencias extremas.
En otro plano, la originalidad de Caína es de otra índole: encontrar a diario buenas razones para odiar al vecino:
—-Para mofarse de sus creencias religiosas, profanando por juego la imagen de un crucificado.
—-Para apropiarse de unos archivos confiscados como botín de guerra.
—-Para pedir la cabeza de los fanáticos: que —-evidentemente—- siempre son del bando adverso, y es imprescindible insultar escupiéndoles en la cara, en público.
—-Para denunciar con acritud el comportamiento o las convicciones del vecino: evidentemente arcaicas y peligrosas para la convivencia, cuyas normas de comportamiento están regidas por oficinas de fieles a la secta de turno, impartiendo bulas con las que ganar el paraíso cívico del bando victorioso, condenando sin apelación a quienes no comparten las mismas convicciones, evidentemente sectarias.
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La tortura priva del hogar último y más íntimo a las víctimas.
No me parece exagerado temer que la experiencia del odio, desenterrando a los muertos, con fines publicitarios, con cualquier pretexto, envenena el agua del pozo de una casa común habitada por fantasmas cainitas.
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