¿De donde viene y a donde conduce la tradición cainita del uso de cadáveres inocentes como instrumento publicitario, mercancía “política” o ideológica?…
¿Hay algo más odioso que la profanación de los muertos con fines utilitarios, convertidos sus ataúdes en títeres de la cachiporra de un eterno y siniestro Entierro de la Sardina?…
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Hace días me preguntaba como y con que pretexto comentar la presencia en Afganistán, en Kabul, de la directora de teatro Ariane Mnouchkine y su compañía, el Théâtre du Soleil, presentando varios espectáculos y ofreciendo formación a un centenar de actores.
Confieso que pertenezco a la especie en vías de extinción de quienes todavía creen en la lectura, el teatro, la música, etc. Y que, en su insignificancia, la presencia de una compañía de teatro europea, en Afganistán, no me hace reír: deseo creer que pudiera ser un ejemplo… enseñar a leer, pintar, etc., a pueblos donde el fanatismo religioso había precipitado un genocidio cultural.
Así las cosas, la sugerencia de Javier M. de enviar a Farruquito y su familia a Afganistán (Ver comentarios a Morir por Afganistán, en Roquetas) engarza bien en la doble tradición cainita:
—-Los creyentes en la cultura enviaríamos a Afganistán maestros, músicos, escritores, artesanos, ingenieros agrónomos, etc.
—-Los muy diversos ministerios, conserjerías (sic) y gabinetes de prensa de promoción de la (in)cultura podrían enviar a Farruquito —-efectivamente—- o a la Tuna de Santiago de Compostela, maestros de danza de sardanas, tocaores de cantes festeros gaditanos, escritores a sueldo de eminentes grupos de (in)comunicación o (h)edición (sic).
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* El estoicismo de los soldados españoles presentes en Afganistán pudiera ser equiparable al de algunos personajes de Berlanga o Miguel Mihura.
* Ni que decir tiene que el caso Roquetas o la tragedia de Afganistán son temas de las Comedias Bárbaras de Valle Inclán: pero esas obras de teatro NO serían representables en Caína: son honestamente insoportables por su crudeza.
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