NdS, Le grand concert, marzo 1955
Hace siglos, Eduardo Tijeras trabajaba en un estudio sobre literatura y suicidio, que debía comenzar con la legendaria frase de Pavese que pone fin a su libro El oficio de vivir, prólogo y puesta en escena de su muerte voluntaria: Basta de palabras. Un gesto…
Es mucho menos conocida otra frase, de Nicolas de Staël, escrita el 5 de marzo de 1955, dirigida a un amigo íntimo, cinco días antes de poner fin a su vida: Tu sais, je ne sais pas si je vais vivre longtemps. Je crois que j’ai assez peint. Je suis arrivé à ce que je voulais. El Museo Picasso de Antibes expone las ochenta obras que condujeron a tal umbral: una melancólica sinfonía luminosa.
Descubro la cita de Staël mientras corrijo las segundas pruebas ajustadas de mi libro Ramón Gaya y el destino de la pintura, donde cito el suicidio o la muerte trágica de Arschile Gorki, Mark Rothko y Jackson Pollock, intentando explorar las relaciones entre el suicidio y la muerte de la pintura: Tras Auschwitz, los juicios de Moscú e Hiroshima, Nueva York suplantaría a París y Berlín como gran metrópoli artística; pero los expresionistas abstractos, cuando no se suicidan, como Gorki o Rothko, dando, así, un destino trágico al dolor sin destinatario de sus obras, se acomodan con frecuencia al confort del garabato; esgrimiendo la inocencia culpable de quien dice no creer en la vida del espíritu, pero si posee una ciega y evidente esperanza en la ceguera especulativa del mercado. Creo matizar tan severas admoniciones, y agrego en otro momento: La obra de Rothko es una agonía, que culmina y se ilustra con el suicidio del artista. La obra de arte explora el silencio y la oscuridad que preceden al fin del hombre y la muerte de la pintura.
Él -Rothko, concluyo- se inmola en sacrificio en la soledad más absoluta y fatal, diciéndonos algo muy hondo y terrible, que quizás nos hayan ocultado los mercaderes y apóstoles administrativos de las presuntas escuelas que de él sin pudor se reclaman, comerciando con los despojos del crucificado.