Panteón de la Obra Pía Española del cementerio romano de Campo Verano.
Foto by JPQ, 08.04.05, 8.11.
Descubro encantado los “Fragmentos de correspondencia romana. George Santayana a Robert Lowell” (ed. Instituto Cervantes, Roma, 2006). Una joya bibliográfica y un modelo ejemplar.
Una joya, literalmente: fragmentos de una correspondencia entre uno de los filósofos españoles más importantes de todos los tiempos y uno de los poetas norteamericanos más importantes del siglo XX. Santayana fue mucho más famoso en Harvard u Oxford que en su patria, a pesar de tener valedores de excepción: Octavio Paz, María Zambrano, Ferrater Mora, Raimundo Lida, entre otros. Pero la ferocidad cainita contra su legado ha sido pavorosa. ¿Algún músico cantante español sería capaz de rendirle el homenaje de Billy Joel en We Didn’t Start the Fire? Algún poeta español tuvo por él la admiración que sentía Lowell?
La edición trilingüe (español-inglés-italiano) ha estado a cargo de Graziella Fantini, con un prólogo de Hermann J. Saatkamp jr., director de la edición de las Obras completas de Santayana.
Se trata, de entrada, de un encuentro entre dos desterrados: Santayana, vegetando con una elegancia suprema en una residencia de ancianos, en Roma; Lowell, navegando atormentado por las tormentosas aguas que preceden a la esquizofrenia. Joya diamantina, solitaria y pura. Solo la pasión de Javier Ruiz –que abandona Roma para instalarse en El Cairo– ha conseguido salvar del olvido más hondo esa correspondencia: un diálogo socrático donde se cruzan los misterios del Gran arte, la poesía más alta y la melancólica incertidumbre que se cierne sobre los protagonistas, sobre Roma y Europa.
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Santayana, una mañana de abril.