Bodegón de la mandolina (1927) de Ramón Gaya
Si la literatura murciana no existiese, Ramón Jiménez Madrid la habría inventado: buscando y encontrado la huella de escritores proscritos u olvidados; compilando la obra de narradores de antaño; rescatando y editando un corpus literario que, sin su trabajo, estaría parcialmente perdido, en mucha medida.
De hecho, sus Narradores murcianos de antaño (1595-1936) (Ed. Universidad de Murcia, Academia Alfonso X El Sabio, 1990) tienen algo de eso. Un trabajo monumental, donde los autores canónicos (Arderíus, Belda, etc.) y los patriarcas fundacionales (Ginés Pérez de Hita) se codean con un vastísimo arco iris de maestros grandes y modestos: indispensables todos para intentar explorar los polvorientos caminos de una tierra, un país, a la luz de sus relaciones con la escritura. Si yo hubiera sido capaz de emprender un trabajo de tales proporciones, hubiese tomado alguna decisión arbitraria e “imperialista”, con el fin de “anexionarme” la obra de Gabriel Miró y Azorín, entre otros, que bien pudieron ser murcianos, si no es que lo fueron: véase la importancia de Yecla en el alumbramiento del 98. Pero Ramón es crítico, editor y profesor, autor, así mismo, de Novelistas murcianos actuales (Academia Alfonso X El Sabio, 1982) y una vasta saga lírica sobre Águilas. Tierra, como olvidarlo, donde se pierden las raíces de mi «heimat». Tierra, inmaterial, también, la de esa obra crítica, que de alguna manera me recuerda los riesgos de la desertización espiritual de la tierra, convertida en páramo sin golondrinas, sin niños, sin insectos.
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