El Quitasol, 1777. Museo del Prado
En Palma de Mallorca, Jaume Pomar, poeta eminente, termina la traducción catalana de mi ensayo De la inexistencia de España (1998), que, en su día, presentaron en la madrileña Biblioteca Nacional Camilo José Cela y Luis Alberto de Cuenca.
Mientras yo matizo un epílogo y un nuevo prólogo, comentamos la dificultad de traducir palabras como “garbo” o “majeza”, tan esenciales, a mi modo de ver, para definir algo así como una preciosa seña de identidad. Y me pregunto como habrá traducido esas palabras Barbara Pregelj, gran hispanista, que ha vertido al esloveno el capítulo de mi libro consagrado a Goya.
Entre los contemporáneos, quizá fue Ramón el primero en subrayar el misterio del “garbo”, que Goya ilustra como nadie e instala definitivamente en la historia del arte de nuestra civilización. Baudelaire canonizó a Goya como profeta del infierno contemporáneo. Y la Alte Nationalgalerie de Berlin insiste ahora en esa dimensión capital una de las exposiciones esenciales que hoy se presentan en Europa, con fondos clásicos bien conocidos del Museo del Prado.
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