Hoy, a estas horas, yo debía estar en Aguilas, en la playa del Hornillo, cenando con Ramón Jimenez Madrid, o rumbo a La Unión, para escuchar a Paco de Lucía.
Tampoco he podido pasar por Lorca para saludar a José Luis Molina y pegarle un vistazo a mi antigua biblioteca, propiedad de la biblioteca municipal lorquina.
Y no he podido estar presente en el estreno de la Ninette de Mihura y José Luis Garci, que me había invitado con un argumento de peso: “Si vienes, te presento a Elsa Pataky, que es tan inteligente como guapa”.
Tras un día agotador —-por razones que no vienen al caso—- hemos recaído en el Zaccar, un restaurante bereber de la rue Bobillot, a dos pasos de la plaza de Italia, nuestro antiguo barrio, en la esquina donde comienza Brouillard au pont de Tolbiac, que debe ser la mejor novela de Léo Malet, nunca traducida al castellano —-creo—-, autor de memorables novelas policiacas, cuyo héroe, el detective Nestor Burma, es un arquetipo perfectamente comparable con el Marlowe de Chandler.
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Advierto que hay un cierto parentesco entre esas genealogías de personajes reales e imaginarios.
* Miguel Mihura no dejó de ser un desterrado en su patria, que sigue ignorando su genio, a pesar de las apariencias. Un pacífico anarquista conservador.
* Léo Malet fue un anarquista vegetariano, surrealista, vendedor de periódicos y memorialista de un París ido.
* Los bereberes, el pueblo amazic, que significa, si no recuerdo mal, en su lengua, el tamazigh, algo así como gentes libres, nobles. Pueblo con una lengua, un alfabeto y una cultura milenarias, muy anteriores a las colonizaciones romana, cristiana, árabe / musulmana, etc. Los bereberes, los amazighs, siguen siendo la gente más fina y culta del Magreb, perseguidos, siempre. En verdad, el fastuoso couscous beréber que hemos vuelto a comer en el Zaccar quizá sirve de vínculo entre esas formas de destierro y la mía.