Esa obra legendaria de Winslow Homer, Dad’s Coming (1873, oleo/madera, colección Mr. & Mrs. Paul Mellon) me habla de mi abuelo paterno, de mi padre, de mi familia y de mi tierra como no lo hace ninguna gran pintura murciana, española ni europea de su tiempo.
Los papeles del New Yorker (Winslow Homer at the National Gallery, Peter Schjeldahl, 8 agosto 05; y Winslow Homer in Paris, Adam Gopnik, 31 octubre 05) sobre la gran exposición de la National Gallery, me ayudan a intentar comprender esa forma de extrañamiento y destierro.
El “naturalismo” de Homer, que Henry James contemplaba con inquieto pavor, en definitiva, habla de una realidad inmediata, íntima y trágica que esa obra ilumina, para mi sensibilidad, con una pureza celeste, que viene del Giotto. Ese barco en el que regresa el padre de ese niño no llegará nunca al puerto donde lo esperan los suyos.