Ante la marea negra del fanatismo, el odio [no solo islamista ni suburbano] y la basura distribuida como recurso de incomunicación de masas, vuelvo a ponerme bajo la noble advocación de John Donne y el más legendario de sus poemas:
For whom the bell tolls …
No man is an island,
Entire of itself.
Each is a piece of the continent,
A part of the main.
If a clod be washed away by the sea,
Europe is the less.
As well as if a promontory were.
As well as if a manner of thine own
Or of thine friend’s were.
Each man’s death diminishes me,
For I am involved in mankind.
Therefore, send not to know
For whom the bell tolls,
It tolls for thee.
… traducido ¿por Alberto Girri?, ¿por Octavio Paz?, ¿por José María Valverde?… ¿por quién? [la aclaración será recibida con los brazos abiertos], ese poema suena en castellano de este modo:
Por quién doblan las campanas
Ningún hombre es en sí
Equiparable a una isla;
Todo hombre es un pedazo del continente,
Una parte de tierra firme;
Si el mar llevara lejos un terrón,
Europa perdería
Como si fuera un promontorio.
Como si se llevara una casa solariega
De tus amigos o la tuya propia.
La muerte de cualquier hombre me disminuye,
Porque soy una parte de la humanidad.
Por eso no preguntes nunca
Por quien doblan las campanas,
Están doblando por ti.
[ .. ]
Las campanas francesas redoblan por todos nosotros.
Desde un ángulo puramente informativo: «¿Por qué arde Francia..?«