Solo el cinismo maquillado de ingenuidad permite fingir que se espera que los máximos dirigentes de Irán, Siria, Libia, Arabia Saudita, Irak, Marruecos e Israel coincidan en aprobar un mismo Código de conducta ante los crímenes terroristas, basado en una “definición común del terrorismo”, cimiento de una hipotética «alianza de civilizaciones».
En verdad, no solo Washington “tiene dificultades” para conseguir alguna tímida cooperación contra la proliferación del Terror, bien enraizado a través de la siembra permanente del Odio, a diario consumada por los más inquietantes medios de incomunicación de masas. Amnistia Internacional denuncia sin excesos el “déficit democrático” de los países musulmanes, a quienes la UE intenta hacer progresar a través de ayudas financieras y arancelarias.
Sin embargo, la comprensión misma del Terror, en el Mediterráneo, es indisociable de una reflexión cultural sobre sus orígenes, que André Glucksmann sitúa en algún lugar entre Dostoievski, Alcibíadaes y Robespierre y Alain Finlielkraut analiza a partir de una paradoja que nadie desea discutir en Barcelona: “Un arabe qui incendie une école, c’est une révolte ; un blanc, c’est du fascisme”.
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Los contribuyentes de la UE son invitados a conceder ayudas financieras a unos Estados cuyo “déficit democrático” es bien conocido e indisociable de una manipulación del Odio que Europa contribuye a entretener, a través de la indiferencia, cobardía y diaria manipulación del Crimen maquillado con palabrería filantrópica.