A la hora del aperitivo, me cruzo en la piscina del Hôtel de Paris Monte Carlo con M*, que ya no es el joven deportivo que conocí en Los Ángeles hace treinta años.
Nos emociona encontrarnos por azar en un lugar tan inesperado, cuando ambos sabemos que será difícil volver a vernos, nunca. Él apenas tiene estos minutos de libertad, como participante en un congreso internacional. Yo regreso a París, mañana. M* viaja acompañado de un joven alto, rubio, atlético, zafio, que solo habla un inglés gutural, proletario de la California del sur. Y no tiene los modales refinados de J* -el hermano de C*, la amiga en cuyo domicilio nos conocimos-, que huyó de Madrid huyendo del ejército y encontró refugio en el lecho y el corazón de M*. Adepto a los “baños” de San Francisco que también frecuentaba Michel Foucault, por las mismas fechas, J* abandonó la casa de su amante para no transmitirle la muerte con el amor; y se pegó un tiro en Laguna Beach, a dos pasos de Tijuana, a las pocas semanas de saberse infectado del sida.
Eduardo says
Los recuerdos y las historias se resisten a abandonarnos. No hace tanto, en otro contexto, este mismo recuerdo visitó mi blog, aunque no supe ver ni a Eros ni a Tánatos.