De paso por Caína, para pronunciar una conferencia en el Ateneu de Barcelona, navego como puedo por las aguas emponzoñadas por los medios de incomunicación de masas.
¿Puede sobrevivir la libertad al consumo permanente de basura audiovisual?
Muy de mañana, los más madrugadores sufren la tempranísima lluvia ácida que precipitan los minaretes radiofónicos.
A cualquier hora del día, las “marías” —-lenguaje desalmado que dice lo que dice: violación irónica de un nombre de mujer, ante la indiferencia pública—- son invitadas a chutarse con basuras de caballos no siempre famosos.
Cada hora, repican las campanas radiofónicas: pero no siempre es fácil discernir entre el dato informativo y la ponzoña ideológica del amo de turno.
El “entretenimiento” con el que se amuebla las conciencias más frágiles está aliñado con chucherías de una vulgaridad atroz, endemoniada.
Las cosas más sagradas o profanas, la división fratricida de un pueblo, la guerra o la paz en la que se embarcan los ejércitos, los muertos caídos en atentados terroristas, la vida de los niños por venir en el vientre de las madres, se venden informativamente en subasta pública.
“Caína va bien”.