A lo largo de una vida, E* ha adulado a numerosos tiranos,
ha servido como publicista numerosas causas policiales y
cada día predica el odio desde su púlpito, envenenando el
alma de los más jóvenes, generosos e inocentes. Su hijo,
E* jr. —-que fue mi amigo—-, se quedó colgado a una
dosis intravenosa de basura de caballo. Porque no podía
creer en los sermones paternos, que nadie escuchaba —-por
piedad—- en el vacío domicilio familiar.
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