Los pueblos de Georgia, Ucrania, Chechenia, Kirguistán, se han liberado o aspiran a liberarse del yugo militar ruso.
El pueblo del Líbano se alza contra la ocupación de un ejército extranjero.
La industrialización inexorable del planeta -evocada por Raymond Aron hace poco menos de medio siglo- avanza a marchas forzadas. Y la difusión universal de la palabra y las imágenes siembra el sueño de la libertad en muchos otros pueblos africanos, asiáticos, caribeños.
Las autocracias, tiranías y regímenes dictatoriales, corrompidos, no podrán resistir indefinidamente a tales aspiraciones de libertad y prosperidad. Sabemos que el dinero de los ciudadanos más humildes de los países ricos sirve, desde hace décadas, para sufragar el enriquecimiento de las elites de numerosas tiranías.
¿Qué hacer? ¿Abrazar a Putin, Castro o Kadafi, proponiéndoles los buenos oficios de la OCDE para «combatir» la corrupción más desenfrenada? ¿Enviar cuerpos de ejército a derrocar tiranos?
Quizá no haya una respuesta única y universal. En el terreno de la economía, doctores tiene la disciplina, para discutir como se fomenta la riqueza; si con subvenciones, o a través de la apertura de los mercados de los países ricos. En el terreno de la diplomacia, el realismo y el oportunismo de los gobernantes invita a una prudencia absoluta, para no ser cómplices de su cinismo. En el terreno de la proyección internacional de la fuerza armada, no seré yo quien pretenda dar una opinión a favor o en contra de unas operaciones militares que escapan a mi comprensión y voluntad.
Por el contrario, en el terreno de las ideas, sí me parece oportuna la intervención pública. Siquiera para denunciar la marea negra con la que ideólogos, publicistas, gobernantes y medios de incomunicación de masas envenenan nuestra realidad con semillas podridas.
La cuestión trágica de la exportación armada de la democracia, las libertades públicas, la democracia o la tiranía es un debate histórico. Lenin la consideraba deseable. Mao y Kissinguer tenían serias dudas. Los discípulos del ayatola Jomeini lo consideraban como una suerte de Napoleón de la revolución islámica.
LS, entre Atenas y Jerusalén
En las universidades norteamericanas de la Costa Este proliferó hace varias décadas un debate cultural de fondo, que las capitales europeas apenas han abordado en sus más hondas raíces éticas, morales, filosóficas. A vuela pluma, recuerdo tres libros esenciales como introducción al debate, abierto:
–The Closing of the American Mind (1987) de Allan Bloom fue un hito de indispensable frecuentación, porque su autor fue uno de los universitarios más influyentes de su tiempo. Y contaba por lo menudo la descomposición de una cierta intelligentsia norteamericana, favoreciendo la emergencia imperial de nuevos modos de pensamiento, finalmente mayoritarios. Se trataba, en su día, de una suerte de rearme filosófico contra el inmoralismo multi culturalista.
–Ravelstein (2000) de Saul Bellow, que es la autobiografía «de encargo, pero no autorizada» del mismo Allan Bloom. Libro «menor» pero indispensable para comprender los mecanismos intelectuales de un personaje que tanto contribuyó a denunciar y cambiar el rumbo -parcialmente- de una parte influyente de los medios universitarios norteamericanos.
–Leo Strauss and the Politics of American Empire (2004) de Anne Norton, que es la crónica «laica» de la emergencia «imperial» de una generación de intelectuales muy influidos por Strauss, entre muchos otros, y que han ocupado u ocupan cargos de la más alta influencia en la Administración de los EE.UU. Mrs. Norton es muy crítica e irónica (malévola) con los discípulos (conservadores) de Leo Strasuss. Pero su historia podrán leerla con provecho «creyentes», «agnósticos» o «ateos» del neo conservadurismo americano. Ya que -más allá de las peripecias trágicas de la diplomacia armada, o la proyección internacional de la guerra- el debate de fondo sobre la propagación de la libertad y la prosperidad no pueden dejarse indefinidamente en manos de ideólogos, publicistas, políticos, diplomáticos y militares, cuyas distintas capillas siempre tienen algo muy profundo en común: sembrar la conciencia cívica con semillas desalmadas.