Mónaco a principios del siglo XX
Domingo de Pascua lluvioso y frío, en París.
En Mónaco – Montecarlo, los partes meteorológicos anuncian «buen tiempo». Estaré allí dentro de un par de horas. Hace veintidós o veintitrés años, cubrí el fin de la princesa Grace. Vuelvo para cubrir el fin de Rainiero.
Había puesto un @ a los organizadores de la expo de Helmut Newton, diciéndoles que no podría asistir a la inauguración de A Gun for Hire. Finalmente, podré asistir, con un pie en el estribo del avión.
—-
Los Grimaldi (familia güelfa) llegaron al Peñón de Mónaco en 1297, huyendo de Florencia. Y, desde entonces, han conseguido escapar a la rapacidad italiana y francesa, defendiendo su independencia y libertad con una astucia, tenacidad y talento admirables.
A finales del XIX, ellos se inventaron un «concepto»del arte de vivir que dio a su diminuto reino días de gloria y prosperidad. Rainiero preservó lo esencial de esa leyenda y supo adaptarla —-comercialmente—- a la nueva geografía mundial del lujo, el ocio, la ilusión.
En las 195 hectáreas de Mónaco – Montecarlo —-40 de ellas ganadas al mar—- no hay nada. Imposible una «agricultura nacional». Impensable una «industria» digna de ese nombre. El «sector público» monegasco son el juego, los deportes, los servicios, la hostelería, etc. Los Grimaldi han conseguido sobrevivir a los grandes imperios europeos, austro-húngaro, ruso, inglés, español… Gracilaso, que fue un caballero fiel, al servicio de la corte madrileña, murió muy cerca de Montecarlo y Niza. ¿Cómo no recordarlo en estos días de duelo y resurrección de la primavera?