Jean Beaudrillard pudo escribir que “la guerra del Golfo no existió”, para subrayar el carácter “virtual” de un conflicto militar de nuevo cuño, donde la realidad audiovisual suplanta la realidad carnal de la sangre humana corriendo por la polvorienta tierra.
Durante los funerales de Juan Pablo II, en Roma, el pasado histórico, el mesianismo espiritual de la más diversa naturaleza y la realidad audiovisual compusieron un fresco similar pero de otra naturaleza.
Los funerales de Rainiero III de Mónaco confirman de manera definitiva la intuición de Beaudrillard: la plaza de armas del Palacio está prácticamente vacía, porque los 3000 monegascos autorizados a seguir el acontecimiento han preferido seguirlo desde la tv, en casa; los periodistas de la prensa escrita solo podemos aproximarnos a un centro de prensa desde donde solo podemos contemplar la cobertura de una cadena de tv francesa; y los fotógrafos… ¡están que trinan!!!.
“Es escándaloso —-me comenta E., que está cubriendo el Torneo de tenis de Montecarlo—-. En Palacio han dado la cobertura gráfica a dos agencias francesas. Y son ellos los únicos que tienen acceso a los mejores puntos estratégicos. Ellos tienen la exclusiva del negocio”.
Los fotógrafos independientes deben alojarse fuera de Montecarlo: si hacen fotos que las autoridades principescas consideran “no autorizadas” corren el riesgo de ser expulsados de cualquier hotel monegasco. Para ellos, es preferible instalarse fuera de Mónaco, para no correr el riesgo de las represalias hoteleras.
En este caso, el comercio con las imágenes del muerto es un negocio controlado en régimen de monopolio por una empresa de Estado, que cede sus derechos a sus interlocutores comerciales privilegiados.