Cuando nos despedimos de Caldetes, en la terraza de casa, una luz ambarina vela el rostro de los conjurados ante una penúltima botella de cava. Y la nítida línea del horizonte separa el albovinoso del horizonte marino de un mar plateado, espectral, blanquecino.
A* —-arquitecto—- deja caer: “No es un secreto que Olot fue durante muchos años el foco central de la corrupción de CiU por aquellas tierras”.
P* —-publicista—- entra en detalles de señoras: “A M* la nombraron algo así como “embajadora” de Maragall porque su marido trabaja en XXX —-periódico de referencia—- y es amiga íntima de Y*, que es la novia de C*, que aserora muy directamente al president en cuestiones institucionales”.
N* —-asesor fiscal—- añade: “En Palma, a T* le pagan mil euros al mes para que calle lo que sabe sobre viajes con prostíbulos pagados”.
Ya en ese terreno resbaladizo, M* —-esposa de P*, funcionaria de la Generalitat desde hace años—- aporta un dato sobre los hábitos personales de D* —-probo político de hondas convicciones religiosas—-: “En algunos viajes, llegó a pedir que se le presentase una revista con las chicas que podría elegir”.
…
… cae la noche, y nos decimos adiós recordando que estamos contemplando la misma playa que inspiró la Nausica de Maragall, que no se ha repuesto creo que jamás en ningún escenario. Mañana regresamos a París.
Deja una respuesta