Desde la tumba, el fantasma de Miguel Espinosa continúa cabalgando, heroico, a su manera, conquistando con esfuerzo la gloria que siempre le negaron las industrias de la incultura.
El primer editor que decidió publicar su primer libro culto, Escuela de Mandarines, fue Félix Grande. Y los dos únicos lectores de aquella difunta colección fuimos Rafael Conte y yo. Félix se peleó con el editor, y fue José Batlló quien publicó la novela, meses más tarde.
Rafael quizá haya sido el crítico que ha escrito más artículos entusiastas sobre la obra de Espinosa. Gonzalo Sobejano, Ramón Jiménez Madrid, Santos Sanz Villanueva, Fernando Valls, Jambrina, Suñén, Posadas, Soldevila, entre tantos otros, terminaron por consagrar la obra de Espinosa como uno de los grandes monumentos de la novela de su tiempo, que es el nuestro. Puesto que, en verdad, nadie le discute: salvo los industriales, bulderos, traficantes y canalla del ramo, con temibles poderes de influencia mafiosa.
Otro espinosista notorio -José Luis Martinez Valero- me descubrió la bien reciente y silenciada traducción francesa de Tríbadas, realizada por Yves Roullière, publicada con un prólogo de Fernando Arrabal, inusualmente sensato, que compara a Espinosa con otros dos grandes maestros de genio, Kafka y Bobby Fischer.
En cierta medida, el silencio absoluto que pesa sobre esa traducción es un eco sombrío de todos los silencios que han perseguido la obra de Espinosa. Y habla de la prostitución en curso de las industrias de la incultura.
Manolo says
No entiendo la referencia a Murcia en el título. (En un instituto murciano fui alumno en la clase de filosofía de uno de los personajes de escuela de mandarines). Sigo con interés su bitácora. Saludos
Juan Pedro Quiñonero says
Con generosa benevolencia, Manolo solo subraya un lapsus. Cuando, en un texto de diez líneas, había algunos nostros. No sé si existe un hermano Rafael del Ramón aguileño. Y Murcia estaba presente en la conciencia del autor, aunque ausente en la nota original. ¿Qué esperar de tales bailes de letras, nombres y la atribulada memoria del autor? ¡SOS!. Me impongo como agradable penitencia leer en voz alta, cien veces, una colección de poemas de murcianos de todos los tiempos.