Perdido entre una multitud de pasajeros víctimas de un retraso imprevisto, vagabundeo por los pasillos perdidos del aeropuerto de Barajas, que tiene algo de pesadilla.
En Caína, me digo, es posible acusar a C* —-encumbrado a personaje eminente—- del asesinato político de varios millares de personas, y publicar un libro —-vendido en decenas de millares de ejemplares—- dando detalles minuciosos al respecto, sin que el acusado considere necesario defender su honor, consagrado como maestro de moralidad cívica, ante la indiferencia pública.
¿Qué vale la palabra, cuando la acusación de asesinato solo merece la respuesta del silencio cómplice y la indiferencia de quienes son retribuidos por el Estado para defender la justicia contra la ley de la selva? ¿Los asesinatos perpetrados en Chile son más odiosos que los asesinatos cometidos en Madrid? Si tal acusación es una villanía odiosa, ¿cómo no perseguir judicialmente a quienes la propagan y comercian con ella?
¿Qué esperar de un pueblo con principios morales tan aleatorios, cuando no son manipulados por las más selectas mafias filantrópicas?