Entre idas y venidas cainitas, encallado entre los restos del naufragio de la crisis francesa, he buscado y encontrado alguna paz interior mirando y leyendo un libro editado por Sergio Vila-Sanjuán y Sergi Doria, Paseos por la Barcelona literaria, con textos de Ruiz-Domènec, Jordi Galves, Dèu Doménech, Julià Guillamon, Joan Noguès, Huertas Clavería, Miguel Dalmau, Montse Clavé, Borja Calzado, Fernando Valls, entre otros.
Al azar de mi memoria, me asaltan el recuerdo y los pasos perdidos de Simone Weil disfrazada de misionera de la CNT – FAI; de Pla y Sagarra en el Ateneu; de Verdaguer soñando horrores no lejos de mi casa de Caldetes; de Riba escribiendo las Elegías en un exilio tan próximo para mi; de Carner tomando un aperitivo en el antiguo Hotel Colón (el Colón de Caldes, no el otro); de don Eugeni pontificando por las Ramblas; de Bofill i Mates descubriéndome los misterios de Montseny; de Espriu enterrado en el cementerio de Sinera; de Mandiargues perdido en un prostíbulo; de Gil de Biedma enseñando a leer a una generación de discípulos; de Ferrater ebrio y presto al suicidio; de Jordi Coca esperándome en la Estación del Norte con un ejemplar de La Estafeta Literaria,para darme cobijo en su casa; del fantasma de la Rodoreda vagando insomne por la plaça del Diamant, donde cada verano (con motivo de las fiestas de Gracia) volvemos a buscarla, Carmen, Juan Florencio y Pedro.
Hay muchas otras barcelonas. Ça va de soi. Pero el libro de Sergio y Sergi Doria me recuerda hasta qué punto Barcelona ha sido importante en la formación de mi sensibilidad, desde aquel verano ya tan lejano que mi madre me llevó a un cine difunto en la Plaza de Cataluña.
Miro hacia atrás; y esos fantasmas de rostro manchado por la lluvia ácida de la política me ayudan a ir tirando. A sabiendas que la ciudad me ha dado un tesoro precioso, al que accedo con solo frotar la lámpara maravillosa del recuerdo, cerrando los ojos para no ver la realidad cruda de los torvos personajes que se apalean en el guiñol demente de la historia.