En Londres, el Times comenta que el festival de Eurovisión quizá haya cobrado una dimensión política pan europea. Para Ucrania, se trata de un instrumento de revuelta y ruidosa protesta popular contra el chantaje militar de Vladimir Putin, apoyado por Chirac, Schroeder y Zapatero.
En Frankfurt, la Frankfurter Allgemeine Zeitung (FAZ) no dice otra cosa. Y recoge las declaciones de una cantante pop ucraniana afirmando: “Mi patria es una gran nación y su pueblo exige respeto contra quienes intentan chantajes intolerables”.
En París, el Herald Tribune afirma que, en verdad, en Ukrania, en Holanda, en Alemania, en Inglaterra, en Francia… los pueblos están hartos de las elites y amenazan con rechazar un proyecto de Tratado constitucional europeo impuesto por las burocracias, los Estados y los mandarines. Daniel Cohn-Bendit declara: “Tengo la impresión que la gente desea decir “no” a la Constitución europea para demostrar que existe y protestar contra la arrogancia de las elites”.
Por su parte, Le Figaro recoge unas declaraciones de Dominique Wolton, sociólogo, que insiste en esa misma evidencia: el proyecto constitucional europeo es el último y bizantino fruto de las elites burocráticas, estatales, gubernamentales e intelectuales… perfectamente alejadas e indiferentes a la sensibilidad de unos pueblos que se sienten desarmados, inquietos y amargados ante una Europa que se hace sin ellos, diciéndoles que tal construcción es indispensable, cuando ellos han dejado de entender como funciona.